martes, 4 de mayo de 2010

IDENTIDAD DES-CONOCIDA

Después de despertar tardé un momento en orientarme. Primero noté la ausencia de la mesita de luz en su lugar habitual, cuando estiré la mano para buscar el interruptor de la lámpara. Luego noté que el armario no estaba a los pies de la cama y que la persiana no era la de mi balcón. Esa tampoco era mi casa, era evidente.

No reconocía nada de lo que me rodeaba; apenas me reconocí a mí mismo cuando me levanté con pocas fuerzas y en puntas de pies me acerqué al espejo. Tardé en asimilar mi aspecto, mi cara no parecía la habitual, mis pómulos estaban algo hinchados y de un color rosado, algo raro en mí puesto que siempre tenía frío, era lo que comúnmente se conoce como friolento y como mi piel era bastante oscura, no debería ocurrir ese efecto en mí, pero tampoco mi piel era oscura, al contrario, era bien clara, casi transparente. Mi pelo estaba desprolijo, largo como nunca antes y tenía rulos. Yo recuerdo que siempre tuve el pelo lacio y corto; esto me paralizó. Busqué otro espejo y veía la misma imagen, la misma cara, que no era la mía. Abría la boca, hacía ademanes como para tratar de encontrar algo mío, algo que me perteneciera, que me representara y que yo supiera que es mío. "Que estúpido soy, todavía no me miré el cuerpo".

Agache la cabeza, mirando hacia el suelo y me miré las piernas. El horror me paralizó, esas no eran mis piernas. Miré mis brazos, tampoco eran mis brazos. Enseguida me saqué la ropa, me desnudé y me paré frente a otro espejo de esa casa ajena y me vi. Ese no era yo, no era mi cuerpo, nada me pertenecía. Traté de calmarme y fui hasta la cama. Me senté en el borde y cerré los ojos. "Probablemente esté soñando, voy a acostarme, cerrar los ojos un rato y cuando despierte, todo volverá a la normalidad, como debe ser. Estas cosas no suceden nunca, sólo en las películas".

Me acosté con los ojos cerrados.

Diez minutos después, atemorizado, abrí los ojos. Vi nuevamente la casa ajena, la casa que no conocía. Me acerqué al espejo grande y me miré. Seguía igual, era otra persona. ¿Qué estaba pasando?.

Fui hacia el balcón y miré hacia afuera. No sabía dónde estaba. La tarde estaba hermosa, el sol quemaba los árboles y las calles con sus rayos de fuego. No reconocí nada del espacio que me rodeaba. Y hasta juraría que estaba en otra época, en cualquiera menos en la actual. Decidí salir del cuarto. Pero cuando estaba saliendo oí pasos, alguien que venía subiendo unas escaleras. "Yo no tengo escaleras en mi casa." La situación se ponía cada vez más tenebrosa.

Golpearon la puerta. Silencio. Golpearon nuevamente. Silencio. Luego de un minuto volvieron a golpear:

—¿Estas? –dice una voz femenina.

—Sí. ocupado –traté de pronunciar la menor cantidad de palabras posibles porque todavía no sabía cuál era mi voz. Al oírme no me reconocí tampoco. No era mi voz. —¿Puedo pasar? Está cerrada la puerta.

—¿Quá necesitás?

—Verte. Tenemos que ir a la casa de mis padres. ¿O ya te olvidaste? Hoy es nuestro casamiento –dijo con tono de broma–. Dale, no te hagas el olvidadizo.

No podía creer lo que estaba escuchando. “¿Quién soy? ¿Dónde estoy? ¿Me caso?” Todas esas preguntas pasaban por mi cabeza en ese momento.

—No podés pasar. Me estoy cambiando.

—No importa, quiero verte.

—Bueno, pero necesito hablar con vos. Tengo algo importante que decirte. –Estaba completamente (por entonces) decidido a decirle que yo no era quien pensaba ella que era, al menos no lo era por dentro, pero sí por fuera.

Entró la mujer y mi primera reacción cuando la vi fue quedarme callado; durante unos segundos no emití sonido, ni siquiera respiré. Dejé caer de mis manos un vaso que había tomado de una mesita y me quedé admirando a esa mujer. Su rostro era de un color rosado claro y sus mejillas tenían un tinte rojo. Sus labios eran gruesos pero no tanto, y tenía una sonrisa bien marcada que le hacía ver unos dientes que parecían hechos de leche y moldeados a manos por el mejor artista plástico del universo. Su pelo estaba rizado y le llegaba hasta la cintura (algo que encuentro hermoso a la vista de cualquier ser humano, sobre todo si es un hombre) y tenía puesto una cinta blanca que la hacía lucir como una princesa, más aún si le sumamos el vestido blanco que llevaba puesto, que le resaltaba mucho más su belleza. El vestido parecía bordado a mano, tenía pequeños diamantes pegados que, cuando los miré fijo, me hicieron reflejo con los rayos del sol y tuve que mirar hacia otro lado. Sus ojos eran verdes y toda su cara estaba bien proporcionada y no poseía ninguna arruga, ni siquiera cuando sonreía. También su vestido dejaba ver unos pechos redondos y lo suficientemente grandes, como para que cualquier hombre quisiera tenerlos en su cama. Su altura era de un metro setenta aproximadamente, un poquito más chica que yo y sus piernas parecían sacadas del dibujo de algún cuadro de doncellas extravagantes. Ella habló:

—¿Qué te pasa? ¿Qué haces? Estás embobado –dijo con una dulzura descomunal.

—Sí, perdón. Son los nervios previos al casamiento de los que la gente tanto habla. Ahora los entiendo.

Pronuncié esas palabras pero no estaba escuchándome. Estaba sumergido en mi propio mundo, en mi fantasía. Y sólo estábamos ella y yo. Aquella mujer era hermosa. Las personas generalmente dicen "Es la mujer más hermosa que vi en mi vida" para quedar bien con ellos mismos y con la dama en cuestión. Bueno, esta frase no se comparaba con la belleza de esa mujer. Nunca había visto algo así. A ella el premio a la mujer más bella del mundo le era chico. Es difícil describirla con palabras, pero era perfecta, y no sólo para mí, no era algo subjetivo, era totalmente objetivo. Cualquiera en mi lugar diría lo mismo y hubiese hecho lo mismo que yo. Callarse, no decir nada de mi identidad. Lo medité esa tarde recostado en la cama, en la habitación que no conocía y que no sabía a quien le pertenecía y me decía: "Es hermosa. Nunca tendré la posibilidad de estar con alguien tan bella. Tengo que disfrutar este momento, mas adelante busco información de quién soy y qué pasó con mi verdadero cuerpo, pero ahora estoy acá y no quiero irme. Será egoísta pero es lo que quiero. Después de todo soy humano, y nosotros hacemos cualquier cosa por ser felices, aunque sea por un instante. Y yo quiero ese instante de felicidad, aunque tenga que sacrificar mi propia vida e identidad."

Esa misma noche me casé con ella. Fuimos felices un tiempo. Luego comenzó a engañarme con otros hombres, pero no me importó, era muy hermosa y conmigo era buena, y eso me bastaba. Y nunca indague sobre mi verdadera identidad, ni siquiera volví a pensar en eso. Lo que comenzó como algo horrible terminó siendo algo hermoso, al menos para mí. Desde ese día soy Juan Cruz Valdivia esposo de Francisca de los Santos Azcurra y lo seré por el resto de mi vida. Aunque ahora me pregunto: “¿Qué habrá sido del verdadero Juan Cruz? ¿Estará en mi cuerpo?” Quizás algún día me lo cruce en otra vida.